Homenaje a

Miguel de Cervantes

por Space Apps Zaragoza

(@spaceappszgz)

Prólogo

Miguel de Cervantes fue un personaje carismático, aventurero, imaginativo e irrepetible. Desgraciadamente, el 23 de abril de hace 400 años nos dejó, pero por suerte, antes de partir, nos brindó la compañía del idealista Don Quijote; un iluso encantador con el que muchos hemos aprendido a leer y consecuentemente a soñar.

El hidalgo de la Mancha ha sido fuente de inspiración de la voluntad inagotable de Santiago Ramón y Cajal, de la fuerza expresiva de William Shakespeare, de la razón poética de María Zambrano, de la nivola de Miguel de Unamuno, de la circunstancia vital de José Ortega y Gasset, del realismo psicológico de Fiódor Dostoievski y de un larguísimo etcétera de personajes asociados a unas causas que pudieran parecer idealistas e incluso ficticias. Pero no, no lo eran.

Se podrían contar mil y una cuestiones acerca de su vida y obra, pero en este blog nos vamos a centrar en 2 temas: su relación con Zaragoza y con la astronomía.

Miguel de Cervantes, a través del Quijote, está íntimamente ligado con la ciudad de Zaragoza y su cultura popular. Puede que más de un zaragozano se sorprenda al saber que ha corrido delante de un heredero de Sancho Panza o que, siendo pequeño, se quedó prendado de un Quijote de vastas dimensiones que avanzaba por las calles de su ciudad junto a una Dulcinea no menos colosal.

Además, el escritor alcalaíno y sus personajes quijotescos forman parte del fresco universal que nos envuelve cada día. Por un lado, existe una misión de la Agencia Espacial Europea que toma el nombre del caballero y su fiel escudero para la defensa ante asteroides, y por otro, un sistema planetario que tiene una estrella de nombre Cervantes, y que acoge, bajo su lumbre, a los planetas don Quijote, Dulcinea, Sancho y Rocinante.

Pero toda historia tiene su comienzo, así que vayamos al principio de los acontecimientos. De esta forma, veremos cómo la figura de Cervantes ha viajado desde un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quería acordarse hasta nuestros días.


I. Don Quijote viaja a Zaragoza en plena revolución astronómica

Tras el final de la Edad Media con la caída de Constantinopla en el año 1453, el Renacimiento nació y cogió forma elevándose sobre los pilares de la cultura grecorromana. En este ascenso aparecieron los libros de caballerías que, con sus respectivos héroes, marcaron el ritmo de una literatura que embriagaba de fantasías a la cultura occidental. Pero Cervantes había estado en la guerra, y sabía, de buena tinta, que la batalla tenía otra forma bien distinta. Así las cosas, decidió crear a don Quijote de la Mancha, un hidalgo que se alejaba bastante de ser un Cid Campeador o un Amadís de Gaula con el que hubiera seguido la yeguada caballeresca. De esta manera, Cervantes plantaba cara a las normas establecidas; protegido con su legendaria pluma, empezaba su particular revolución.

Pero no estaba solo en la batalla. Cervantes fue un testigo privilegiado de la revolución astronómica. En los inicios del siglo XVII, Galileo y Kepler volaban de la mano hacia elevadas esferas del conocimiento solo divisadas por Copérnico. Cuando volvieron a pisar tierra firme, nuestro planeta ya no era el centro del universo. La astrología y la astronomía comenzaban los trámites de divorcio. Las imprentas echaban humo...

Mientras tanto en un verso paralelo, el manco de Lepanto, que sabía dónde estaba lo bueno, quiso que el Caballero de la Triste Figura pusiera dirección a Zaragoza, para mostrar su valentía caballeresca en las justas de San Jorge. De esta manera, la capital aragonesa se convertía en la ciudad más aludida de la novela.

Don Quijote, subido a lomos de Rocinante y con la fiel compañía de su escudero Sancho Panza, avanzaba con bravura hacia la capital del cierzo en busca de aventura. Mas de repente, en una desventura, se hizo eco de una obra apócrifa que narraba la locura de un falso don Quijote, el de Avellaneda, que ya había estado en Zaragoza.

Ante tal desdicha, Cervantes decidió hacer un giro copernicano en la trama (y en la historia de la literatura), y que el lunático manchego se dirigiera a Barcelona, donde, sobre la fina arena de la playa, fue llevado a la cordura por el Caballero de la Blanca Luna.

Entretanto, el caballero Galileo Galilei, armado con su telescopio, desnudaba a la Luna quitándole su capa blanca. En el mismo movimiento, con gran tesón, le ponía un vestido de lunares para hacernos menos quijotes; sin duda, otra revolución.

Mas Galileo no tenía suficiente; el de Pisa dirigió su telescopio hacia el próximo objetivo: el Sol. Fue tan dura esta batalla, que Galileo acabaría ciego. Pero tal y como hizo con la Luna, Galileo dejó retratado al astro cuyo fantasioso misterio estaba siendo desenmascarado por la revolución científica. Esas manchas que aparecían en su superficie lo empujaban hacia su verdadera realidad. El dogma ptolemaico iba perdiendo brillo y la humanidad daba otro pasito hacia delante...


II. Cervantes y la polémica de las lunas de Júpiter

Además del Quijote, Miguel de Cervantes dejó otras obras que, siendo menos conocidas, no dejan de tener destellos de genialidad. Tal es el caso de la novela corta “La gitanilla” que abre su colección de relatos breves “Novelas ejemplares”. En ella aparece un romance con las siguientes líneas:

Junto a la casa del Sol / va Júpiter; que no hay cosa / difícil a la privanza / fundada en prudentes obras. / Va la Luna en las mejillas / de una y otra humana diosa; Venus casta, en la belleza / de las que este cielo forman. / Pequeñuelos Ganimedes / cruzan, van, vuelven y tornan / por el cinto tachonado / de esta esfera milagrosa.

Aparte del brillante conocimiento astronómico de Cervantes para su época, lo más curioso del asunto es la mención a esos “pequeñuelos Ganimedes”. Casualidades de la vida o no, uno de los satélites de Júpiter se llama Ganimedes, pero su nombre es posterior a la mención de Cervantes. ¿Su descubridor? Adivinen…

Galileo Galilei seguía con su valiente empeño de desmitificar el cielo aristotélico-ptolemaico. Tal era su perseverancia que se las tuvo que ver un par de veces con la Inquisición. Empezando con una censura en 1616 y terminando con una condena en 1633. Pero no sólo se topó con la Iglesia, Galileo entró en conflicto con sus rivales científicos en la carrera por descubrir los nuevos secretos del universo. Y uno de ellos eran las lunas de Júpiter.

Para la gran sorpresa de los astrónomos del momento, nuestra Luna no era la única que giraba alrededor de su planeta. Y para más inri, Júpiter tenía al menos cuatro: Io, Europa, Ganímedes y Calisto. Su descubrimiento lo pelearon texto tras texto y prueba tras prueba entre Galileo y el alemán Simon Marius, alumno de Kepler. Lo que está claro es que ambos miraban al mismo lugar en el mismo momento, y sería injusto que los dos no fueran vencedores de esta mítica justa de la ciencia.

Finalmente, los nombres que tenemos hoy en día fueron propuestos por Marius, a sugerencia de Kepler, en octubre de 1613; unos meses más tarde de que Cervantes cogiera el atajo de su brillante imaginación, y convirtiera este romance a la reina Margarita de Austria en un curioso enigma histórico. Sobre todo porque, paradójicamente, estas lunas de Júpiter son lo suficientemente brillantes como para ser vistas con el ojo desnudo.

Sea como fuere, Cervantes, Galileo, Marius, Kepler y muchos otros nos ayudaron a tener una imagen más cercana de un universo que se nos aleja sigilosamente. Nos hicieron más pequeños pero más grandes, aportaron claridad entre tanta oscuridad, profundidad entre tanta superficialidad y, sobre todo, dieron un empujón a futuros soñadores no menos idealistas. A futuros quijotes que no cesaron en su empeño. Nadie podrá poner en duda que, por ejemplo, fueron ellos los que subieron a Newton a lo que él mismo denominó "hombros de gigantes". Quién sabe si reales, imaginarios, marcianos o manchegos.


Epílogo

Como decíamos al principio, don Quijote y sus personajes viven a día de hoy entre la cultura popular zaragozana. Tantos los cabezudos como los gigantes de las fiestas del Pilar guardan entre sus personajes el espíritu quijotesco. Por un lado entre los gigantes encontramos a Don Quijote, su amada Dulcinea y los duques aragoneses con los que Don Quijote convivió durante varios capítulos. Más información. Dentro de los cabezudos nos encontramos con el Robaculeros, originalmente Sancho Panza, y la Forana, heredera de Teresa Panza: Más información.

En cuanto al proyecto Don Qujote de la ESA, se puede encontrar más información en este enlance.

Por último, y de manera reciente, Cervantes y sus personajes traspasaron el universo literario para dar nombre y recuerdo a un sistema planetario. Para más información: [1] y [2]